El pasado 8 de marzo se celebró el Día de la Mujer. Como todos los años, vimos innumerables manifestaciones alrededor del mundo exigiendo igualdad, libertad y justicia, pero sobretodo, vidas libres de violencia. Nunca he sido de quienes se ponen una camiseta y salen a las calles a protestar. No me parece la mejor forma de contribuir a la solución de un problema, si bien entiendo el hartazgo y la furia de quienes no encuentran otra manera de hacerse escuchar. Trabajo con mujeres que padecen de violencia intrafamiliar y comparto la rabia y la impotencia.
Me pregunto si soy feminista a pesar de no participar en dichos eventos… si soy feminista a pesar de no clavarme en la retórica en contra de los hombres… si soy feminista a pesar de estar rodeada de hombres y mujeres instalados en los roles tradicionales de proveedor/ama de casa a quienes respeto y admiro. Y llego a la conclusión de que sí lo soy.
Soy feminista porque me interesa el empoderamiento de la mujer. Porque soy de las que piensan que somos una fuerza capaz de transformar el entorno. Porque me levanto todos los días y ocupo mi día en actividades que me hacen productiva. Porque busco hacer alianzas con otras mujeres que también buscan su autonomía. Porque les modelo a mis hijos la imagen de una mujer que no los abandona porque combina sus labores de mamá con las de estudiante y profesionista. Porque encuentro en el hombre al complemento perfecto de la mujer siempre y cuando las relaciones se den en un marco de respeto mutuo y crecimiento individual permanente.
Como mujeres, hay muchas formas en las que podemos “dar la batalla” desde la trinchera. No es necesario unirnos a un contingente y decorar con grafiti la ciudad. Estoy convencida de que el feminismo empieza desde casa y que el efecto debe ir de adentro hacia afuera. El feminismo en mi trinchera empieza cuando soy una empleadora justa con quienes me apoyan en las labores del hogar (mujeres apoyando mujeres). Empieza cuando me hago responsable de mis necesidades y no me recargo en la pareja o en los hijos para que las satisfagan. Empieza cuando me doy cuenta de que me he instalado en una zona de confort y decido salirme y plantearme nuevas metas.
Hay muchas cosas que podemos hacer las mujeres para retomar nuestro crecimiento y sentirnos plenas y felices. Sobretodo si nuestra situación de vida nos ha conducido a una zona de confort. Por ejemplo, desempolvar ese currículum que lleva años guardado en un cajón y actualizarlo. Renovar nuestros estudios y volvernos a conectar con la comunidad académica. Retomar ese entusiasmo que algún día tuvimos de poner un negocio y aterrizarlo. Educarnos en finanzas. Emocionarnos con la idea de generar nuestros propios ingresos y de ser autónomas económicamente hablando. Modelarle a nuestros hijos la importancia de la vocación y de tener una actividad productiva.
Estoy convencida de que el efecto boomerang de un grupo de mujeres motivadas, entusiastas y plenas podría hacer mucho más que una protesta masiva, y que el efecto multiplicador, sería fascinante. Me parece que cada mujer se beneficiaría de reflexionar sobre el grado de satisfacción que tiene con la vida que se ha creado y preguntarse si quiere hacer cambios. La vida no es lineal, sino cíclica, y nos podemos permitir vivir diferentes ciclos de diferentes maneras. Todo es cuestión de mirarnos al espejo y cuestionarnos; de aclarar nuestra mente, buscar y encontrar.
Mural de Emily Herr