¿En qué momento pensé que mi vida entera cabría en veinte cajas? Tengo 43 años, dos hijos y un perro y claramente he acumulado a lo largo de la vida muchísimas cosas. Me había mudado ya varias veces, incluso a otros países y de regreso, y en cada mudanza había aprovechado para hacer una limpieza y reorganización de mi nuevo hogar. En esta última mudanza, a pesar de mis experiencias anteriores, me sentí rebasada.
Lo que pensé que se resolvería con un par de fletes pequeños acabó siendo un ir y venir a mi nuevo destino cargada de todo tipo de cosas. Ropa, zapatos, bolsas, botellas, libros, artículos deportivos, electrodomésticos, vasos, platos, tazas, blancos, juguetes, cuadros, tapetes, adornos navideños y de Día de Muertos, y si le sigo, no termino jamás. No me impresionó el tipo de artículos que transporté, pues es lo que se necesita en el día a día en una casa, sin embargo, lo que me sorprendió fue la cantidad de cosas que mi familia y yo habíamos acumulado en los últimos 12 años. Habiendo leído varios libros sobre el arte de vivir simple y el movimiento del minimalismo (no como estilo arquitectónico sino en relación al consumo) me sentí reprobada.
Como tenía un mes completo para salirme de la casa en la que estaba e instalarme en mi nuevo departamento, pensé que podría tomármela con calma. Entre idas y venidas, fletes, y lo que inicialmente fueron 20 cajas, no paré en todo el mes. Todavía unas horas antes de entregar la casa subí a mi coche lo último que quedaba y que depuré a medias. Fueron precisamente esas últimas cosas, más con valor sentimental que material, las que más trabajo me costó soltar. Cartas, fotos, y con ellas, muchísimos recuerdos.
¿Qué hizo que esta mudanza fuera tan particular? ¿Por qué fue más intensa pero a la vez mucho más satisfactoria que las anteriores? Y digo satisfactoria porque a pesar de estar agotada, tanto física como mentalmente, estoy ahora instalada en mi nuevo hogar escribiendo este texto llena de alivio, gratitud e ilusión por el inicio de un nuevo ciclo en mi vida. Y las respuestas llegan solas: lo que hizo tan especial esta mudanza fue estar plenamente consciente de mis razones para el cambio, fue hacerla en el momento adecuado para mí y fue tener una intención clara guiando todo el proceso.
Quería un cambio porque llevaba ya mucho tiempo instalada en una zona de confort. Ya me había acostumbrado al paisaje, a los ruidos, al movimiento del lugar. A las personas, las actividades y el entretenimiento de la zona. Me había “acostumbrado” pues y había dejado de encontrar la novedad en lo cotidiano. Llevaba tiempo queriendo simplificar mi vida y llevar un estilo de vida más simple y esta era una oportunidad para lograrlo. Así que todo el proceso implicó para mí un ejercicio de desapego (dejar ir muchas cosas, materiales y sentimentales) y de tolerancia al caos y la incertidumbre (nada como una mudanza para sentir que todo se sale de control). Y el resultado ha sido bueno: logré reducirme significativamente y el ejercicio ha dejado aprendizajes para todos (¡hijos y perro incluidos!).
A lo largo de nuestras vidas vamos a vivir diferentes transiciones, y dedicada cien por ciento al desarrollo humano y la psicología, sé que de nosotros depende cómo las vivamos. Pueden ser etapas de crisis y angustia, o de crecimiento y aprendizaje. Y aunque al final siempre haya un poco de todo, y un cambio sea siempre un coctel de emociones y sentimientos, el conocernos a nosotros mismos y estar conscientes de lo que está detrás de nuestras decisiones, hace toda la diferencia. En esta ocasión no calculé muy bien el número de cajas… tal vez para la próxima sí lo haga.